viernes, 4 de mayo de 2012

¿POR QUÉ HAY QUE CONFESARSE CON UN SACERDOTE QUE ES UN HOMBRE COMO CUALQUIER OTRO?


Ciertamente, el Sacerdote es un ser humano como cualquier otro, con todas sus debilidades, iguales o mayores que las de los demás. Es cierto. Pero resulta que tiene un poder especialísimo que le otorga -nada menos que Dios- para perdonar los pecados de todos los hombres y mujeres que se acerquen al Sacramento de la Confesión.
Y por qué ha de parecer esto tan extraño? Fijémonos en el funcionamiento de las autoridades de un país, de una ciudad, de un municipio. ¿No tiene poder para llevarnos presos o imponernos una multa un Policía? Es un hombre como cualquier otro, pero tiene la potestad hasta de privarnos de nuestra libertad.
Igualmente el Sacerdote es un ser humano como cualquier otro. Pero a él Dios le dio el poder de perdonar nuestros pecados: “A quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados y a quienes no se los perdonen les quedan sin perdonar” (Jn. 20, 19-23).
Estas palabras se las dijo Jesucristo a sus Apóstoles el mismo día de su Resurrección. Se las estaba diciendo a los primeros Sacerdotes y también a los que vinieran después de ellos. Les estaba diciendo que cuando pronunciaran las palabras del perdón a cada pecador arrepentido, El ratificaría ese perdón en el Cielo, porque anteriormente les había dicho también: “Lo que aten en la tierra quedará atado en el Cielo y lo que desaten en la tierra quedará desatado en el Cielo”. (Mt. 18,18)
¿Por qué cuestionar la forma como Dios dispuso las cosas para nuestro bien? ¿Qué pretendemos? ¿Que se nos perdone sin informar lo que deseamos nos sea perdonado?
Dios hubiera podido escoger muchas otras maneras para perdonarnos. Podría haber escogido maneras más difíciles o desagradables. Pero escogió ésta: escogió dejarnos el Sacramento de la Reconciliación o Penitencia o Confesión.
Dios, que es infinitamente sabio y misericordioso, sabía que necesitaríamos de la catarsis que significa el poder dejar por completo la culpa en el Confesionario. Al decir los pecados al Sacerdote y oír las palabras del perdón, nuestra alma no sólo queda blanqueada de los pecados cometidos, sino liviana por ya no tener que cargar con el peso de la culpa.
Adicionalmente, la Iglesia ha dispuesto que el Sacramento de la Confesión sea lo menos difícil posible: absolutamente secreto y sin mayores trabas.
¿Para qué, entonces, buscar motivos para seguir en pecado y cargando con el peso de la culpa, en vez de aprovechar la misericordia de Dios y sentirnos livianos, sin carga, en paz, al confesar los pecados al Sacerdote?
Aprovechemos los medios que Dios ha dispuesto. Y más bien agradezcámosle su Amor y Misericordia infinitos al prever que seres humanos, como nosotros, escogidos por El para perdonar los pecados, estén a nuestra disposición.


¿En qué momentos nos debemos confesar?
Como seres humanos imperfectos, muchas veces caemos en pecado ya sea de pensamiento, palabra, obra u omisión. Por eso debemos confesarnos cada vez que cometamos pecado, y por lo menos una vez al año. Lo aconsejable es confesarse permanentemente para fortalecer nuestra vida espiritual en la dura lucha por resistir la tentación y acercamos más a Dios.

¿Qué es un pecado grave?
Se comete un pecado grave cuando se cumple con tres características:
1.     Materia grave (lo que se va a hacer es algo importante)
2.     Pleno conocimiento (se sabe que es malo lo que se va a hacer)
3.     Pleno consentimiento (se elige libremente hacerlo)

¿Cómo se instituyó la confesión?
Existen quienes piensan que el Sacramento de la Reconciliación no fue instituido por Cristo, y que es una creación de la Iglesia. Pero es preciso aclarar que el mismo Cristo lo instituyó cuando dijo a los apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados les serán perdonados, pero a quienes se los retengáis les serán retenidos” (Jn. 20, 23; Mt. 18, 18; 16, 18-19).
Por ello, la Iglesia es la que posee el poder de perdonar los pecados y buscar la santificación de sus miembros, a través de la penitencia y de una renovación interior. El pecador confiesa sus faltas ante un sacerdote quien, en nombre de Cristo Jesús, lo absuelve y perdona y de esta manera vuelve al camino que lo lleva a la casa del Padre.