martes, 25 de diciembre de 2012

Solemnidad de LA NATIVIDAD DEL SEÑOR - Ciclo "C" 25 de diciembre de 2012

¡Si pudiéramos imaginar realmente cómo era la situación de la humanidad antes de la venida de Cristo!  ¡Si pudiéramos penetrar realmente lo que sentía la gente que esperaba al Mesías prometido!  Es tan fácil ahora que ya Cristo vino tomar su venida como un derecho adquirido y hasta darnos el lujo de rechazar o de no importarnos lo que Dios ha hecho para con nosotros:  todo un Dios se rebaja desde su condición divina para hacerse uno como nosotros.  ¿Nos damos cuenta realmente de este misterio que, además de misterio, es el regalo más grande que se nos haya podido dar?
¿Cómo podemos acostumbrarnos a esta idea tan excepcional?  ¿Cómo podemos no conmovernos cada Navidad ante este misterio insólito?  ¿Cómo podemos no agradecer a Dios cada 25 de diciembre por este grandísimo regalo que nos ha dado?
Los Profetas del Antiguo Testamento, nos hablan de que la humanidad se encontraba perdida y en la oscuridad, subyugada y oprimida, hasta que vino al mundo “un Niño”.  Es lo que nos comenta el Profeta Isaías en la Primera Lectura de la Misa de Medianoche (Is. 9, 1-3 y 5-6) .  Fue así como “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una  gran luz ... se rompió el yugo, la barra que oprimía sus hombros y el cetro de su tirano”.
Ante esta situación de opresión y de oscuridad, podemos imaginar entonces, cómo fue lo que leemos en el Evangelio de la Misa de Medianoche (Lc. 2, 1-14).   Podemos imaginar, entonces,la alegría inmensa ante el anuncio del Angel a los Pastores cercanos a la cueva de Belén: “Les traigo una buena noticia, que causará gran alegría a todo el pueblo:  hoy les ha nacido en la ciudad de David, un salvador, que es el Mesías, el Señor”.
¿Hemos pensado cómo estaríamos si ese “Niño” no hubiera nacido?  Estaríamos aún bajo “el cetro del tirano”, el “príncipe de este mundo”.  Pero con la venida de Cristo, con el nacimiento de ese Niño hace dos mil años, se ha pagado nuestro rescate y estamos libres del secuestro del Demonio.
Con su nacimiento, vida, pasión, muerte y resurrección, Cristo vino a establecer su reinado,“a establecerlo y consolidarlo”, desde el momento de su nacimiento “y para siempre”.  Y su Reino no tendrá fin.
Y ese Dios que se rebaja hasta nuestra condición humana, levanta nuestra condición humana hasta su dignidad.
En efecto, nos dice San Juan al comienzo de su Evangelio (Jn. 1, 1-18),  el cual leemos en la Misa del Día de Navidad, que Dios concedió“a todos los que le reciben, a todos los que creen en su Nombre, llegar a ser hijos de Dios”.
Esto que se repite muy fácilmente, pues de tanto oírlo sin ponerle la atención que merece, se nos ha convertido en un “derecho adquirido”.  Pero es un inmensísimo privilegio.  ¡Hijos de Dios!  ¡Lo mismo que Jesucristo!  ¡El es el que era Hijo de Dios, nosotros no!  El se hace Hombre y nos da la categoría de hijos de Dios; nos lleva de nuestro nivel a su nivel.
Jesús era el Hijo de Dios y nosotros creaturas de Dios.  ¿Nos damos cuenta que Jesús se hizo Hombre y vino a salvarnos, pero no le bastó eso, sino que nos elevó de nuestra categoría de creaturas de Dios (que ya era bastante!) a la categoría de hijos de Dios, igual que Él?  ¡Jesús nos da a Su Padre para que sea nuestro Padre!  ¡Vaya privilegio!
Y al ser hijos somos herederos, herederos del Reino de los Cielos.  Nuestra herencia, la misma que la de nuestro Salvador.  Un mimo tal sólo puede venir del infinito Amor de nuestro Dios.
Por todo esto, “el pueblo que caminaba en tinieblas vio un gran Luz”.  Y esa Luz que es Cristo confiere a nuestra humanidad derechos de eternidad:  vivir eternamente con El en la gloria del Cielo.
Por todo esto, el día de Navidad no nos queda más remedio que aclamar, llenos de alegría, junto con los Ángeles:  ¡“Gloria a Dios en el Cielo”!
FELIZ NAVIDAD!!!

jueves, 20 de diciembre de 2012

25 DE NOVIEMBRE DEL 2012 – SOLEMNIDAD DEL CRISTO REY DEL UNIVERSO



Con esta fiesta de Jesucristo Rey del Universo concluimos el presente Año Litúrgico, para comenzar el próximo domingo con el Adviento, en preparación para la Navidad.
Las lecturas de hoy, entonces, nos hablan del reinado de Cristo.  El Evangelio nos trae el interrogatorio de Pilatos a Jesús y sus respuestas.  Poco, poquísimo, habló Jesús en el injustísimo juicio sumario a que fue sometido, pero algo de lo que sí habló fue de su Reino, el Reino del cual El es Rey.
“Tú lo has dicho.  Sí soy Rey ... Pero mi Reino no es de aquí, no es de este mundo”  (Jn. 18, 33-37),  fue la respuesta que dio Jesús, cuando Pilatos quiso precisarlo para ver si, tal como estaba siendo acusado, pretendía ser rey de los judíos.
Y, efectivamente, Jesús no es rey de este mundo.  El mismo lo dijo durante ese interrogatorio acelerado que tuvo lugar antes de ser condenado a muerte:  “Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos”.
Los reinos de este mundo son temporales por más largos que sean, pues aún los vitalicios terminan algún día y son sustituidos por otros.  Los reinos de este mundo son limitados, porque por más que ocupen grandes territorios y ejerzan influencia en la tierra entera, tienen como límite sus fronteras o las fronteras hasta donde llegue su influencia y su poder.  Por más poderosos que se crean los reyes de la tierra, su poder es limitado en el tiempo y en el espacio. 
Cristo no vino a establecer un reinado así.  Su reinado será diferente a los reinados de la tierra.  Su reinado será como es Dios:  eterno e infinito, sin límite de tiempo ni de espacio.  Su reinado nunca se acabará y su reino nunca será destruido. Y ese reinado ya comenzó, pero será establecido definitivamente y para siempre en la Parusía, en su segunda venida en gloria.
La Primera Lectura es del Profeta Daniel, quien desde el Antiguo Testamento hace ya referencia al reinado de Cristo:
“Entonces recibió la soberanía, la gloria y el reino.  Y todos los pueblos y naciones de todas las lenguas lo servían.  Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido” (Dn. 7, 13-14).   
Llegado el momento del reinado de Cristo, se acabarán todos los poderes temporales y sólo existirá el poder de Dios.
Todos seremos sus súbditos, pero ¡qué clase de súbditos! Todos estaremos sometidos a El, pero ¡qué clase de sometimiento!  Pues seremos coherederos y reinaremos con El.  Es lo que nos quiere decir San Juan en la Segunda Lectura tomada del Apocalipsis:  “Ha hecho de nosotros un reino de Sacerdotes para su Dios y Padre” (Ap.1, 5-8).
Esto mismo lo expresa muy bien San Pablo cuando nos dice que somos hijos de Dios y herederos con Cristo:  “Ustedes recibieron el Espíritu que los hace exclamar ’¡Abba, Padre!’.  El mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios.  Y si somos hijos, somos también herederos.  Y nuestra herencia es Dios, y la compartiremos con Cristo; pues si ahora sufrimos con El, con El recibiremos la Gloria” (Rom. 8, 15-17).
Ahora bien, ¿cómo será ese momento cuando Cristo venga a establecer su Reino?  La Sagrada Escritura, en boca de Jesús o de los antiguos profetas y en la pluma de los Apóstoles, nos trae repetidas descripciones de esa segunda venida de Cristo:
“Vi a alguien semejante a un hijo de hombre, que venía entre las nubes del cielo”, leemos en la Primera Lectura del Profeta Daniel. 
 “Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad” (Mc. 13, 26), nos decía el mismo Jesús en el Evangelio del domingo pasado.
 “Miren:  El viene entre las nubes, y todos lo verán, aun aquéllos que lo traspasaron”,  nos dice la Segunda Lectura de hoy.
Será ése el momento de la complementación definitiva del reinado de Cristo, aquel Reino que El mismo refirió a Pilatos y del que tanto habló en sus predicaciones cuando estuvo en la tierra.  He aquí algunas citas de Jesús sobre su Reino: 
“Busquen primero el reino de Dios y su justicia y lo demás vendrá por añadidura” (Mt. 6, 33).
“No es el que dice ¡Señor! ¡Señor! el que entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mt. 7, 21).
“Les aseguro que si no cambian y vuelven a ser como niños, no podrán entrar al Reino de los Cielos” (Mt. 18, 3).
También el Apóstol San Juan nos da en la Segunda Lectura, tomada del Apocalipsis, algunas referencias del reinado de Cristo.  El es“el Alfa y el Omega”,  principio y fin de todo.  Recordemos que a Moisés Dios se le reveló como “Yo soy el que soy” (Ex. 3, 14).   Y a San Juan, el discípulo amado, se le revela como “el que es, el que era y el que ha de venir, el Señor del universo” (Ap. 1, 8).
Dios siempre ha sido, es y será.  Y vendrá de nuevo.  Sí, volverá para mostrar su realeza, para mostrar que es “el Señor del universo”, el Todopoderoso.   Y, tal como anunció el Arcángel Gabriel a la Santísima Virgen María “gobernará por siempre a su pueblo y su Reino no tendrá fin” (Lc. 1, 33).