Jesucristo murió,
resucitó y subió a los Cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre.
Pero también permanece en la hostia consagrada, en todos los sagrarios del
mundo. Y allí está vivo,
en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre y
todo su Ser de Dios, para ser alimento de nuestra vida espiritual.
Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus Christi.
El Jueves Santo Jesucristo instituyó el Sacramento de la
Eucaristía, pero la alegría de este Regalo tan inmenso que nos dejó el Señor
antes de partir, se ve opacada por tantos otros sucesos de ese día, por los
mensajes importantísimos que nos dejó en su Cena de despedida, y sobre
todo, por la tristeza de su inminente Pasión y Muerte.
Por eso la
Iglesia, con gran sabiduría, ha instituido esta festividad en esta época en que
ya hemos superado la tristeza de su Pasión y Muerte, hemos disfrutado la
alegría de su Resurrección, hemos también sentido la nostalgia de su Ascensión
al Cielo y posteriormente hemos sido consolados y fortalecidos con la Venida
del Espíritu Santo en Pentecostés.
La Eucaristía es el
Regalo más grandeque Jesús nos ha dejado, pues es el Regalo de su
Presencia viva entre los hombres. Al estar presente en la Eucaristía,
Jesucristo ha realizado el milagro de
irse y de quedarse. Cierto que se ha quedado
-dijéramos- como escondido en la Hostia Consagrada, pero su Presencia no deja
de ser real por el hecho de no poderlo ver.
En efecto, es
tan real la presencia de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero en la
Eucaristía, que cuando recibimos la hostia consagrada no recibimos un mero
símbolo, o un simple trozo de pan bendito, o nada más la hostia consagrada
-como podría parecer- sino que esJesucristo mismo penetrando todo
nuestro ser: Su Humanidad y Su Divinidad entran a nuestra
humanidad -cuerpo, alma y espíritu- para
dar a nuestra vida, Su Vida, para dar a nuestra oscuridad, Su Luz.
Y nuestra alma necesita de ese alimento espiritual que es
el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Así como necesitamos del alimento
material para nutrir nuestra vida corporal, así nuestra vida espiritual
requiere de la Sagrada Comunión para renovar, conservar y hacer crecer la
Gracia que recibimos en el Bautismo, gracia que es la semilla de nuestra vida
espiritual.
“Quien come Mi Carne y bebe Mi Sangre permanece en Mí y
Yo en él.” (Jn.6, 56)
Es así como, recibiendo a Jesucristo en la Eucaristía,
dice el Señor a Santa Catalina de Siena, “... el alma está en Mí y
Yo en ella. Como el pez
que está en el mar y el mar en el pez, así estoy Yo en el alma y ella en Mí,
Mar de Paz ...” (cf. “El Diálogo”).
El misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo es un
misterio de Amor, pues la presenciaviva de Jesucristo en la hostia consagrada
es muestra del infinito Amor de Dios por nosotros, Sus criaturas, pues en la
Eucaristía se hace presente nuevamente el sacrificio de Cristo en la cruz, es
decir, Su entrega de Amor por nosotros los hombres.
Recordemos que Dios
Padre nos entregó a su Hijo para pagar nuestro rescate, para redimirnos.
¡Qué precio para rescatarnos! ¡La Vida de Jesucristo entregada en
la Cruz! Y esa entrega del Hijo de Dios por nosotros los hombres, se
renueva en cada Eucaristía.
Es así como, al recibir a Jesucristo, todo Dios y todo
Hombre en la Sagrada Comunión, recibimos Su Amor, y en virtud de esto somos
templos del Amor Divino y testigos de ese Amor, para compartirlo con los demás
y prodigarlo a todos.
Pero para que se realice en nosotros y a través nuestro
el contenido del Misterio Eucarístico es
necesario recibir el Sacramento del Cuerpo de Cristo en estado de gracia.
¿Y qué significa estar en “estado de gracia”?
Recordando el Catecismo de Primera Comunión:
La gracia es un regalo sobrenatural dado por Dios para
ayudarnos en el camino que nos lleva al Cielo. Y la gracia se pierde por el
pecado, es decir, por nuestro rechazo a Dios o a Sus
Mandamientos. Asimismo, la gracia puede aumentarse con la oración, con
las buenas obras y con los Sacramentos recibidos adecuadamente.
Por ejemplo: para
comulgar bien se necesita, además de comprender a Quién se va a
recibir y de guardar el ayuno requerido, no
haber cometido pecado grave o haberlo confesado al Sacerdote, estando
verdaderamente arrepentido.
Acercarnos, pues, a la Comunión con un corazón no
arrepentido, no limpiado en el Sacramento de la Confesión, es ir a comulgar con
un corazón cerrado, oscuro, que no permite la entrada de la Luz de Dios, con lo
cual se oscurece uno más y se cierra más aún a la Gracia y al Amor de Dios.
Para comulgar bien Dios nos pide ir con un corazón puro,
limpio y receptivo a El.
Por eso nos espera con Sus Brazos abiertos en el Confesionario, para que nos reconciliemos con El, sintiendo un verdadero arrepentimiento por habernos alejado de Su Voluntad y por haber despreciado Su Amor. Y es Jesucristo mismo Quien nos espera. Es El Quien nos escucha, nos perdona y nos consuela, para luego darnos la plenitud de Su Gracia y de Su Amor en el Sacramento del “Corpus Christi”, la Sagrada Eucaristía.
Por eso nos espera con Sus Brazos abiertos en el Confesionario, para que nos reconciliemos con El, sintiendo un verdadero arrepentimiento por habernos alejado de Su Voluntad y por haber despreciado Su Amor. Y es Jesucristo mismo Quien nos espera. Es El Quien nos escucha, nos perdona y nos consuela, para luego darnos la plenitud de Su Gracia y de Su Amor en el Sacramento del “Corpus Christi”, la Sagrada Eucaristía.
Pero, además de estar en estado de gracia, para recibir a
Cristo en la Eucaristía hay
otras condiciones interiores, profundas, que están sobreentendidas y que a
veces pasamos por alto:
- FE en la presencia real de Cristo en la Eucaristía
- CONFIANZA
plena en Dios
La consecuencia de la Fe es la confianza. Fe y confianza en Dios son como dos caras de una misma moneda: no hay fe sin confianza y viceversa.
- ABANDONO
Y ENTREGA TOTAL A DIOS
Al tener plena confianza en Cristo, podemos entregarnos a El sin reservas, totalmente, a todo lo que El tenga dispuesto.
Estas disposiciones fundamentales de parte nuestra
permiten que haya “común-unión” o Comunión: unión de Cristo con nosotros
y de nosotros en Cristo. Si no tenemos estas disposiciones, no puede
darse la Comunión.
Recibimos a Cristo con nuestra boca. Pero eso no
basta, pues tenemos que unirnos a El en el pensamiento, en el sentir, en la
voluntad; con nuestro cuerpo, con nuestra alma (entendimiento y voluntad) y con
nuestro corazón.
Bien claro pone
esto la Liturgia de la Iglesia en la oración después de la Comunión el Domingo
24 del Tiempo Ordinario:
“La gracia de esta comunión, Señor, penetre en nuestro
cuerpo y en nuestro espíritu, para que sea su fuerza, no nuestro sentimiento,
lo que mueva nuestra vida”.
Siendo así, nuestra vida humana podrá entonces participar
de su Vida Divina, de manera que sea El y no nuestro “yo” el principio que guíe
nuestra existencia.
¡Qué agradecidos debemos estar por el Amor Infinito de
Dios al regalarnos la presenciaviva de Jesucristo en la hostia
consagrada! ¡Qué agradecidos por poder recibir ese alimento tan necesario
para nuestra vida espiritual! ¡Qué agradecidos porque Jesucristo se ha
quedado con nosotros para ser nuestro alimento espiritual!
¿Qué sucede en la Misa?
Nos encantan y nos impresionan los milagros. Pero
el que sucede en cada Misa, como no es visible, lo dejamos pasar. Y como
estamos acostumbrados a la Misa,la tomamos como un
derecho adquirido. Igual la Comunión.
Pero la Santa Misa es un misterio inmenso: Dios mismo
se hace presente en cada celebración eucarística. Y ¿nos damos cuenta de
esto?
Y no sólo es que tenemos la Presencia Real de Jesucristo,
sino que hay otros aspectos en este milagro imperceptible. Resulta que en
cada Misa podemos decir que estamos en la Ultima Cena y estamos también en el
Calvario.
Y esto no es simbólico. No es querecordamos la Ultima Cena y el sacrificio del
Calvario, sino que –de veras- la Santa Misa hace
presente estos dos
eventosante nosotros y con nosotros.
¿Cómo puede ser esto? Es cierto que la Misa es un
milagro y los milagros están por encima del orden natural que conocemos.
Pero Dios los hace. Y este milagro lo hace cada vez que hay una
Misa. De hecho, El nos hace traspasar el tiempo y el espacio en que
estamos…aunque no nos demos cuenta. El que no nos demos cuenta, no lo
hace menos real. Por eso debemos creerlo por fe. Pero también
debemos comprenderlo para darnos cuenta de su magnificencia y así poder
apreciarlo.
Y es que hay más aún: también estamos en el Cielo
cuando se está celebrando la Misa. (¿?) ¿Cómo es esto?
En realidad, hay una sola Liturgia
Eucarística eterna, hay una sola Misa, y
ésta tiene lugar en el Cielo de manera continua … todo el
tiempo. Eso lo sabemos por el Apocalipsis. Y por el
Catecismo: "En la liturgia terrena … participamos en aquella
liturgia celestial” (#1090)
O sea, que al estar en Misa estamos donde sea que se está
celebrando, pero además
estamos en la Ultima Cena, estamos en el Calvario y estamos en el Cielo.
O, dicho de otra manera, esas realidades se hacen presentes en la Misa en que
estamos participando.
Cuando estamos en
la Iglesia en Misa, nos creemos encerrados en nuestro propio tiempo y
espacio. Pero en realidad Cristo nos está invitando a traspasar el velo
del tiempo, para elevarnos fuera de nuestro tiempo hasta el eterno presente divino, al santuario del Cielo, donde El nos
lleva a la presencia del Padre (cf.
Hb. 10, 19-21).
¿Nos damos cuenta, entonces, que en cada Misa estamos en la
Ultima Cena, en el Calvario, en el Cielo y en la Misa en que participamos?
¡Tremendo milagro! Invisible, pero real.
Momento importantísimo en la Misa es participar en la
Cena, es decirrecibir ¡a Dios! -a Jesús Dios y Hombre verdadero.
Porque la Comunión no consiste solamente en que recibimos
la Hostia Consagrada, sino en que recibimos ¡una Persona! ¡que es Dios! Y esa
Persona-Dios quiere unirse íntimamente con quien lo recibe. ¿Nos damos cuenta de este privilegio
indescriptible?
Recibir la Comunión significa entrar en unión. No significa nada más que Jesús
viene a nosotros: implica una relación
de unión. Por tanto, ese deseo de Cristo
unirse a nosotros requiere nuestra respuesta: debemos darnos a El como El
se da a nosotros.
Uno de los Padres de la Iglesia, San Cirilo de Jerusalén,
nos regala una imagen eucarística que puede ayudarnos a apreciar y tomar
conciencia de lo que significa Comunión: si vertimos cera derretida
sobre cera derretida, una inter-penetra a la otra de manera perfecta. Se
parece a la unión de Cristo con nosotros y de nosotros en Cristo cuando
comulgamos.
En la Comunión estamos participando en elBanquete
Celestial (Lc. 14, 15), el
que disfrutaremos también por toda la eternidad cuando seamos llevados al Cielo
y participemos, junto con toda la muchedumbre celestial, de la Cena del Cordero (Ap. 19, 9). ¡Dichosos los llamados a esta
Cena! … aquí en la
tierra y allá en el Cielo. “Estoy a la puerta y llamo. Si
alguno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él
conMigo” (Ap. 3, 20).
Mientras mejor preparados estemos para la Misa, más
gracias recibimos. Las gracias de una sola Misa son ¡infinitas! … es toda
la gracia del Cielo. El único límite es nuestra capacidad para
recibirlas.
Fuente :
http://www.homilia.org/homilia.htm