¡Los holandeses son racistas!, la
gente no va a la iglesia en Holanda, ¡Dios mío, es la perdición en este
país!... ¡Estas son nociones estereotipadas! Soy el P. Kodzo Edmund Deku, un
misionero del Verbo Divino trabajando en la Provincia de NEB. Quiero compartir
con ustedes mi experiencia misionera.
Hace unos dos años y medio
aterricé en Ámsterdam proveniente de Ghana. El Hno. Jan Rutten (q.e.p.d) fue a
recibirme. Me llevó a la casa de nuestros estudiantes en un pequeño pueblo
llamado Nieuwegein, cerca de Utrecht, una de las ciudades más grandes en
Holanda. Por entonces
era invierno y hacia mucho frío. Unos días después
de mi llegada, estábamos celebrando la navidad.
En los meses que siguieron, pasé una buena
cantidad de tiempo entrenando mi lengua y forzando mi garganta para poder
hablar el difícil idioma neerlandés. ¡Qué idioma!Viajaba 45 minutos, cuatro
veces a la semana, para tomar mi curso de idioma neerlandés en la Universidad
de Utrecht.
Luego continué estudiando en el Instituto de
idiomas Lest Best. Una noche fría, en el autobús, de regreso a casa, no había
ningún asiento disponible. El único que quedaba disponible estaba al lado del
sistema de calefacción. Eso era lo que necesitaba en ese momento, un poco de
calor ya que el frio estaba penetrando mis huesos. ¡Solo que había un pequeño
problema! Un hombre de unos 45 años de edad estaba sentado al lado del asiento
libre. Parecía ser uno de esos «racistas» de los
que yo me imaginaba y temía tanto. Saqué fuerzas
de donde no las tenía y me atreví a preguntarle si podía sentarme en el asiento
vacío. Su reacción me impactó y causó mucha sorpresa porque su gesto fue el de
darme la bienvenida e invitarme a tomar asiento. Después de unos segundos de
silencio, me preguntó qué estaba leyendo y qué hacía yo en la vida. Estoy
seguro que él vio la sorpresa en mi rostro. Para resumir la historia, ese día
terminé de hacer mi tarea de idiomas en el autobús con esta persona. Para dejar
constancia, esta persona es alguien que dejó de ir a la iglesia desde los 11
años de edad.
Esa experiencia me dejó con muchos interrogantes,
y los días que la siguieron me la pasé
reflexionando en eso: ¿Esa persona era una excepción a los «supuestos
racistas? ¿Había llegado yo a una conclusión muy rápida sobre lo que había
escuchado de los holandeses? ¿Hay muchos
holandeses más como él? Yo mismo quedé sorprendido
al descubrir con el pasar de las semanas y los meses que todo lo negativo que
había escuchado de los holandeses no era cierto. Cuando ya me sentía un poco
más seguro con el idioma, los superiores me enviaron a una parroquia. El
objetivo era que la experiencia en la parroquia me iba a dar una idea y un
conocimiento concreto de la
cultura de los Países Bajos. Me enviaron a
trabajar en un lugar llamado Heuvelrug Driebergen. El nombre de la parroquia en
esta zona es San Martín; la parroquia está compuesta de siete
pueblos diferentes. Un sacerdote holandés de
nombre Henkbloem, quien es a su vez, un renombrado erudito de la Biblia, fue mi
guía en esta experiencia parroquial.
Algunos de los momentos más hermosos de mi vida
los viví en la parroquia de San Martín. Me di cuenta el valor que tiene la vida
en general para una persona holandesa. Los holandeses dan mucha importancia a
cada persona. Cada individuo es importante. Yo era muy respetado y valorado. Me
di cuenta que lo que realmente hace feliz a la gente es cuando ellos y ellas se
sienten valorados. Lo que hace a la gente pobre es el no sentirse valorados.
Tomé consciencia de que el voto más
importante que debemos hacer como religiosos es el
voto de saber valorar y respetar a cada ser humano. Esta valoración de la
persona se expresa en muchas formas: la forma en que te hablan, te miran, el
modo en que se te acercan, etc. Por lo general, los holandeses no valoran o dan
importancia a los títulos. Uno puede poseer 3 doctorados pero su nombre sigue
siendo su nombre y no te llaman por el título que posees. Por ejemplo, si yo tuviera
dos o más doctorados, la gente me seguiría llamando por mi nombre Kodzo E.
Deku. Uno de mis mayores retos a mi llegada a los Países Bajos fue el acostumbrarme
al hecho de que ser sacerdote no tenía ningún significado para nadie. Esto es
muy diferente a lo que vivía yo en África en donde el ser sacerdote significa
mucho para la gente y en donde la gente te muestra
mucho respeto por ser un ministro ordenado. El aceptar la nueva realidad fue
una experiencia dolorosa y desafiante. Aun así, muchas preguntas estaban en mi
mente: ¿Qué significa realmente ser un sacerdote? ¿Qué es lo que en realidad
hacemos? Lo que la gente respeta acá es el amor y
la atención que brindas a los demás y especialmente a quienes no te pueden dar
nada a cambio.
Todos esos descubrimientos personales no solo sucedieron
con personas de la iglesia sino también, y sobretodo, con personas que no
tenían nada que ver con ninguna iglesia. Eso fue una revelación para mí. Me di cuenta
de la amabilidad de la gente que no es de la iglesia. Es como si la Biblia o la
Palabra de Dios hubieran sido puestas en ellos y ellas desde su nacimiento.
Esto me hace recordar la parábola de los dos hijos en el evangelio de Mateo
(Mt. 21, 28-32). En esta parábola, el primer hijo
dijo «No» a la petición del padre y sin embargo
fue a hacer lo que el padre le pidió; el segundo hijo dijo si pero pueden
compararse con el hijo que dijo «No» pero que sin embargo llevan a cabo la
tarea.
Todas estas experiencias vividas hasta el momento
me están ayudando en mi trabajo actual en la diócesis de Rotterdam. Actualmente
estoy trabajando en esta diócesis con la comunidad internacional en La Haya.
Trabajo con las comunidades de habla francés, inglés y neerlandés.
Trabajo también en la pastoral tradicional en unas
iglesias de un lugar llamado «Gouda». Un lugar con seis diferentes municipios y
localidades.
Todos los misioneros verbitas que han llegado a
este país han tenido estas sorpresas hermosas. La sociedad holandesa todavía
está formando gente para el mundo. Esto lo hace ayudando a religiosos y a
muchas otras personas a tener una visión diferente sobre la vida. Esto ha
generado un gran cambio en muchos de nuestros misioneros SVD aquí en Holanda.
Tal vez esta es la mejor
manera en que los misioneros deben funcionar:
primero permitir que la cultura los evangelice, una vez que eso suceda,
entonces el misionero puede dar a la gente lo que ha recibido en un «paquete
diferente y con una marca registrada», es decir, un misionero renovado e
inculturado.
Fuente : Arnoldus Nota
Agosto-Setiembre, 2014