domingo, 20 de noviembre de 2011

ETAPAS EN EL PROCESO VOCACIONAL



1. BÚSQUEDA
    El proceso vocacional conoce de ordinario una etapa de búsqueda.
    El corazón de la persona, a partir de la adolescencia, está inquieto, se llena de interrogantes a los que desea encontrar respuesta adecuada. Esto es señal de vitalidad, de crecimiento, de querer caminar hacia la madurez. Es empezar a descubrirse y descubrir para qué se existe, por qué se ama y se sufre. Este momento es un momento privilegiado para abrirse a Dios y al hombre.
    Los «por qué» son de dos tipos: «a medida humana» (ciencia, experiencia) y los que rebasan esa medida: por qué existo, el sentido de la vida, del dolor, de la muerte (quién soy yo, qué voy a hacer de mi vida, qué quiere Dios de mí...), son esas cuestiones que tocan de alguna manera lo esencial de la vida y nos abocan al misterio («dilatación de la experiencia de realidad»).
   Ante estos interrogantes se pueden adoptar distintas posiciones:
·         la huida: pasar de largo; el absurdo; la dimisión depresiva.
·         apostar por un valor humano instrumental, no final (estético, científico... ideología, prestigio, poder...). Se absolutiza el valor y así se cierra el horizonte de otros.
·         cerrarse en un yo consumista, narcisista.
·         apertura a lo que tienen de «llamada» y de «personalización»: apertura a Dios o bien desde «yo doy sentido» bajo su mirada o bien "dejo que El me lo dé". Aquí se sitúa el interrogante vocacional.
    El acompañamiento en esta etapa consistirá fundamentalmente en:
  • despertar a los porqué, inquietar, poner en actitud de búsqueda.
  • iluminar los porqué, «transfinalizar» los interrogantes, para hacerlos «vocacionables».
  • pro-vocar directamente, proponer horizontes de sentido, llamar directamente: «No tengáis miedo en llamar. Introducíos en medio de los jóvenes. Id personalmente al encuentro de ellos y llamad. Los corazones de muchos jóvenes y menos jóvenes están dispuestos a escucharos» (Juan Pablo II, XVI Jornada de oración por las vocaciones; cfr. PDV 39).
2. CRISIS
    La vida del hombre es un continuo descubrimiento de sí mismo, de los otros, de la misma vida y de Dios, pero ese conocimiento progresivo no se va realizando exactamente según nuestros proyectos, sino a través de dificultades, pruebas y crisis. Se diría que estas tienen la función de mantenernos despiertos y activos. Por eso mismo, se convierten en períodos vitales realmente cruciales de los que depende en buena parte el éxito personal.
    La crisis son normales, inevitables e inseparables de toda forma de vida, también en el proceso vocacional. En la adolescencia-juventud se deben a las conmociones espontáneas de la personalidad o al curso normal del desarrollo. La falta de fluctuación puede indicar rigidez, obstinación, obsesividad, tendencia al fanatismo...
Significado de la crisis
    Una crisis es un estado temporal de trastorno emocional y desorganización, caracterizado principalmente por la frustración de las expectativas de la persona sobre su vida o por la incapacidad del individuo para abordar situaciones particulares utilizando los métodos acostumbrados hasta ese momento.
    Dicho de otro modo, las crisis son situaciones problemáticas transitorias en las que se resuelven favorable o desfavorablemente (¿de qué depende?) las oportunidades de la persona en relación con su futuro. Contienen generalmente un momento más decisivo en el que el sujeto se inclina hacia una vertiente o hacia otra.
    Es importante destacar su significado altamente positivo, aunque en ciertas ocasiones puedan causar graves trastornos o incluso el abandono del propio estilo de vida. Pero generalmente ayudan a tomar conciencia del estancamiento, de los propios límites, de la incapacidad para vivir el camino espiritual sin abrirse a la gratuidad de Dios y a la fuerza de su espíritu.
    Son una oportunidad de crecimiento.
Tipos de crisis
    Las crisis pueden ser circunstanciales (debidas a un suceso externo) o de desarrollo (paso de una fase de crecimiento a otra). Pueden tener un carácter sectorial o existencial, según se refiera a un nivel concreto del organismo o de la vida (de relación) o entre en juego todo el ser y toda la existencia del sujeto (de sentido).
    Una de las tentaciones más frecuentes, ante situaciones angustiosas, suele ser recurrir a los mecanismos inconscientes de defensa. El individuo se tranquiliza momentáneamente echando la culpa a los demás, descargando la responsabilidad sobre ellos; puede otras veces refugiarse en el activismo exagerado o mediante compensaciones negativas (alcohol, sexo, droga...).
    La solución posible proviene de mirar de frente la situación y de aceptar la responsabilidad personal en ella. La mediación del acompañante consiste precisamente en incitarle a preguntarse qué es lo que está sucediendo.
    La función del acompañante va dirigida hacia la superación positiva de los períodos de prueba, y se la puede sintetizar en las tres palabras siguientes: PREVENIR - ILUMINAR - MOTIVAR.     
    En concreto el acompañante ha de acompañar en la prueba, creer en las posibilidades de la persona y en su capacidad de respuesta, ayudarle a hacer una lectura de su vida desde la fe (conversión y confianza en Dios), ayudarle a rectificar y crecer fijándose nuevas metas y compromisos, infundirle esperanza.


3. DECISIÓN
    Cuando existe una buena información de posibilidades y de valores y de horizontes de necesidades vistas como reclamo-llamada de Dios surge el compromiso, y éste suele llevar a la decisión definitiva (cfr. Doc. II Congreso, n. 43).
    Este momento es uno de los más problemáticos hoy por el «miedo a compromisos definitivos« (cfr. La Pastoral de las vocaciones en las Iglesias Particulares, 1992, n. 75-76)
    En el proceso de búsqueda es de gran importancia que cada joven adopte su propia postura, más allá de la docilidad infantil y más allá también del rutinarismo y de la inercia. Encontrar a través de otros, sin tomarse la molestia de buscar, conduce a una peligrosa situación de superficialidad y provisionalidad. La decisión hay que considerarla siempre como personal, y no se debe suponer por la simple pertenencia a un grupo. Se trata de ser protagonista de la propia decisión (ser responsable).
   
    En el momento de la decisión pueden aparecer en el proceso vocacional miedos de diverso tipo:
  • Un primer capítulo son los miedos «sustanciales»: el mysterium fascinans tremendum (cfr. La zarza de Moisés; el «templum fervens» de Isaías; el «apártate de mí» de Pedro...).
    Hay que hablar del «miedo de Dios» (falsas imágenes de Dios ligadas a la historia personal-familiar o fruto de la catequesis), el «miedo a Dios« (otro te ceñirá...; cfr. la parábola de los talentos: tuve miedo de ti porque eres exigente... Mt 25, 14ss; el «miedo a amar y ser amado» (carencias de amor, experiencias de rechazo, expectativas de un amor «egoísta»).
  • Un segundo capítulo de miedos más «superficiales» pero más visibles, se suelen formular en estos términos:
     — no ser feliz
     — perder la libertad
     — equivocarse
     — soledad-afectividad
     — fallar-infidelidad
     — no ser «digno» de tanta grandeza o no ser capaz de tanta exigencia
    El acompañamiento tenderá a descubrir, reconocer y desenmascarar los posibles miedos y a «fortalecer en el espíritu». No olvidar que el adolescente-joven, no es abstracto, sino intuitivo y vital. No es exacto que la mejor estrategia para comprometer al adolescente sea la heroicidad y grandeza de las proposiciones. Es preferible apreciar al máximo la acomodación a sus recursos y a sus peculiaridades (discrepancia óptima). Se trata de ofrecer programas más realistas que imaginativos o idealistas, más inmediatos que utópicos.