1.1 La pastoral vocacional en los grupos juveniles
Designamos como grupo juvenil a los grupos pequeños de doce o quince jóvenes, de uno y otro sexo, de edad homogénea, con un nivel de participación estable y con un ritmo periódico de encuentros o reuniones, que se constituyen en lugar de crecimiento, maduración, formación y realización personal y comunitaria, porque:
ü Facilitan la creación de lazos profundos de fraternidad, donde cada uno es reconocido como persona y valorado como tal;
ü Permiten compartir criterios, valores, visiones y puntos de vista; comprender el sentido de las experiencias de la vida y elaborar la propia identidad generacional;
ü Ayudan a enfrentar los desafíos de esa etapa de la vida, tan decisiva para la maduración en la fe y la integración social, asegurando la continuidad y del perseverancia del proceso educativo;
ü Educan para mirar y descubrir junto con otros la realidad, para compartir experiencias y para desarrollar los valores de la vida en comunidad;
ü Permiten encontrarse con Jesús de Nazaret, adherirse a él y a su proyecto de vida, nutrirse de la palabra y orar en común;
ü Impulsan la renovación permanente del compromiso de servicio y de aporte a la Iglesia y a la sociedad en la construcción de un futuro digno y solidario para todos;
ü Dan solidez a la proyección misionera, expresada en el testimonio personal, en la maduración de la opción vocacional en una vocación específica y de ministerialidad eclesial y en el compromiso con la promoción humana y la transformación de la sociedad.
El grupo juvenil es una experiencia comunitaria dinámica, en la se incluyen dos dimensiones correlativas, a saber: por un lado, es una comunión dinámica de personas que se comunican entre sí a través de relaciones de conocimiento, amistad e integración. En estas relaciones se comprometen mutuamente, se llaman por el nombre, se aceptan como son, se ayudan en la superación de los problemas y van creando un lenguaje, un conjunto de “reglas” y de objetivos comunes que les dan un sentido de pertenencia e identidad grupal. De esta comunicación y cercanía va naciendo la solidaridad que las lleva a compartir profundamente la vida.
Por otro lado, es la presencia activa del Espíritu del Señor. A través de la experiencia del amor fraterno, el Espíritu reúne a los jóvenes, los anima a vivir unidos y a mirarse unos a otros como Dios les ve a ellos; de aquí les mueve a perdonarse, ayudarse y cuidarse mutuamente; el encuentro con el amor del Padre y el de Jesús, les lleva a interpretar la historia a la luz de la Palabra, a descubrir en la vida del grupo la historia de la propia salvación y a celebrar principalmente en la Eucaristía. Es el Espíritu quien los va congregando, los va haciendo compartir sus bienes y poner en común sus limitaciones y fragilidades, los va ayudando a superar sus miedos, va animando su esperanza. Por la presencia activa del Espíritu, la experiencia del amor fraterno que se vive en el grupo puede re-significarse como revelación del proyecto del Padre para el joven y, por tanto, como una fuente para su definición vocacional. La opción vocacional será así la culminación del proceso de maduración en la fe y del seguimiento de Jesús (SD 114). (Cfr. CEMPAJ, Civilización del amor. Tarea y esperanza. Pp. 191-195.)
Un principio básico: el discernimiento de la vocación es un punto necesario y central en el proceso evangelizador de la pastoral juvenil. Por ello es ineludible hablar de una verdadera pastoral juvenil-vocacional.
La toma de conciencia de la vocación en el ámbito juvenil depende de que exista una verdadera determinación de acoger a los jóvenes en la comunidad cristiana. Que se confíen en ellos y se les dé un verdadero lugar. Se trata de hacerlos sentir protagonistas del devenir de la Iglesia y de la historia de la salvación, de hacerlos conscientes de la importancia de su presencia y su vida en la comunidad. Esto supone una opción de los últimos responsables de la comunidad y de la comunidad en su conjunto. Inexcusablemente hemos de cuestionar: ¿Qué tan significativos son los jóvenes en la planificación de la comunidad de fe? ¿Dedicamos un presupuesto económico a la pastoral juvenil? Es fácil constatar que en muchas estructuras eclesiásticas se excluye a los jóvenes. Cuando esto ocurre no podemos esperar nuevas vocaciones.
Además del lugar imprescindible a la presencia de los jóvenes, ha de existir un proceso formativo y un equipo de personas preparadas para acompañarlos en todos los sentidos y también en lo que respecta a su vocación. Que exista un número suficiente de animadores y asesores. Pero se ha de tener especial cuidado en seleccionar dichas personas, ya que deben ser relevantes y significativas para los jóvenes, que con su vida y testimonio den un claro mensaje de su opción vocacional.
Es preciso que se incluya la catequesis vocacional de un modo sistemático. El programa de la pastoral juvenil ha de presentar de un modo integral la diversidad de las vocaciones, pero a la vez ha de iluminar las opciones que los muchachos van haciendo para sus vidas: desde las elecciones más sencillas, hasta la elección de la carrera, de la pareja, del trabajo, etc.
Los diversos momentos de la vida del joven parecen propicios para ser iluminados de la buena noticia del llamado de Dios: en especial las celebraciones de graduación, de los quince años, etc.
1.2 La pastoral vocacional en la familia
La familia, “patrimonio de la humanidad, constituye uno de los tesoros más valiosos de los pueblos latinoamericanos y que debemos cuidar concienzudamente. Ella es y ha sido espacio y escuela de comunión, fuente de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge. La familia está llamada a introducir a los hijos en la iniciación cristiana: ella es la primera que, viviendo los valores del respeto, la cercanía y el amor, hace visible el rostro amable y familiar de Dios. Además, ofrece a los hijos un sentido cristiano de existencia y los acompaña en la elaboración de su proyecto de vida, como discípulos y misioneros (DA 432).
Es, además, un deber de los padres, especialmente a través de su ejemplo de vida, la educación de los hijos para el amor, como un don de sí mismos. Con pequeñas acciones deben mostrar la solidaridad, el servicio, etc., para que los hijos descubran su vida como un don para los demás y en ello puedan descubrir su vocación, el para qué Dios les llama, el porqué viven en unas redes sin fin de relaciones interpersonales.
La familia es, pues, referencia indispensable en la formación de una cultura vocacional, tanto en el plano de la vocación bautismal como en el de las vocaciones consagradas. Podemos señalar varios medios para hacer de la familia un espacio de pastoral vocacional:
La catequesis vocacional de los padres de familia.
La familia va pasando por diversos momentos que son significativos en lo que se refiere al clima vocacional. Algunos momentos son: el nacimiento de los niños y del bautismo como don de Dios; el momento de la boda como fundación de una familia; la acción de gracias por los tres años, las graduaciones de las distintas etapas escolares; las celebraciones en torno a la adolescencia y juventud; la orientación vocacional a la hora de las elecciones trascendentes. En estos momentos aparece como una necesidad urgente dar sentido cristiano–espiritual-vocacional a la educación de los hijos.
Un segundo momento es la oración de las familias.
Los momentos de la familia que arriba se han señalado se convierten para los padres en espacios de intensa oración: la gratitud por el don de los hijos; la oblación de esos hijos para que cumplan la voluntad de Dios en su vida; el discernimiento de las distintas elecciones que hacen en su vida y en las cuales también intervienen los padres; el apoyo espiritual en lo que los hijos han elegido. La familia se convierte así en un ámbito privilegiado de educación orante y a la vez en la más íntima y eficaz escuela de oración.
Un tercer elemento se refiere a lo que tiene que ver con la educación de los hijos en cada uno de los períodos.
Sería deseable que la familia se implicara en la pastoral catequética, la pastoral educativa y la pastoral juvenil. La participación en estos espacios propicia un clima vocacional.
Otro elemento es la oración de la familia por las vocaciones consagradas.
Una oración sencilla pero eficaz. Este medio es especialmente válido para la familia de los seminaristas, de los y las formandas de las casas de formación, de los jóvenes que realizan diversos apostolados y de las personas consagradas. Son familias especialmente sensibles y pueden ser promotoras de vocaciones, sobre todo cuando han llegado a tener una imagen positiva de la vocación de sus hijos y de las instituciones formativas y juveniles en las que participan. En muchos lugares han existido iniciativas importantes de colaboración de matrimonios y familias en casas de formación. Hay que propiciar que estas familias tengan esa sensibilidad espiritual que les lleve a ser solidarios con las vocaciones consagradas y a tenerlas presentes continuamente en su oración.
Las familias continuamente están formando, educando a sus hijos. En este ámbito tienen una gran experiencia, misma que podrían poner al servicio de la pastoral juvenil. En función de asesores, están en condiciones ideales para implicarse en el fomento y cuidado de las vocaciones.
1.3 La pastoral vocacional y el voluntariado
La misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una dimensión universal. Su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos los pueblos (DA 380). La voz del Señor nos sigue llamando como discípulos misioneros y nos interpela a orientar toda nuestra vida desde la realidad transformadora de Reino de Dios que se hace presente en Jesús (DA 382).
Ser discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos, en Él, tengan vida, nos lleva a asumir evangélicamente y desde la perspectiva del Reino las tareas prioritarias que contribuyen a la dignificación de todo ser humano, y a trabajar junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano… Urge crear estructuras que consoliden un orden social, económico y político en el que no haya inequidad y donde haya posibilidades para todos (DA 384).
La vocación tiene siempre un referente esencial de carácter horizontal, social, comunitario. La llamada de Dios no culmina con una respuesta intimista, que satisface las necesidades individuales de la persona. En efecto, es una respuesta personal a Dios, pero al mismo tiempo debe ser una respuesta a las situaciones y necesidades por las que pasa el pueblo de Dios. Las necesidades sociales tienen así un papel importante en el camino vocacional de los jóvenes. La vocación debe entenderse, pues, como servicio a favor de los demás. Iniciar a los jóvenes en el servicio social, sobre todo cuando todo esto se realiza desde una perspectiva de fe, es ya proponer el llamado de Dios.
Una opción vocacional que no haga una consideración suficiente de las necesidades sociales y que no se entienda como servicio a los demás, no sería legítima, porque le faltaría una parte fundamental del diálogo de llamada y respuesta: el diálogo con el entorno.
Muchas instituciones eclesiales, parroquias y congregaciones tienen en su apostolado una fuerte incidencia social. Se convierten así en ámbitos privilegiados para la educación social de los jóvenes, que se sensibilizan y aprenden a escuchar “los gritos” de las necesidades de sus hermanos, a través de los cuales se escucha la voz de Dios.
La pastoral social siempre ha existido en la vida de la Iglesia, y ha tomado diversas formas. La forma más clásica es la asistencial. Este modo ha sido criticado porque sólo era ayudar en lo inmediato y no se rompía con la estructura misma de la injusticia, permitiendo con ello perpetuar la pobreza. Muchas personas creyentes y no creyentes, colaboran en servicios sociales, esta colaboración, cuando es practicada por los jóvenes, es un paso hacia el discernimiento vocacional.
En las casas de formación se ha propuesto a los formandos, en las primeras etapas, apostolado de tipo social, para que vayan descubriendo que la vida consagrada es una vocación abiertamente para el servicio.
La pastoral social ha adquirido, en los últimos años, una forma concreta, que se llama voluntariado. El voluntariado actual se distingue del tradicional por la originalidad de los distintos grupos, por su diálogo con diversas instituciones y por su lucha en conseguir mejores condiciones de vida para las personas y los grupos. Ha superado así la clásica postura asistencial, paternalista, dependiente, para acudir a necesidades más diversas poniendo un remedio más radical, que alivia las necesidades inmediatas y mediatas. También ha saltado la frontera de las culturas y las religiones, para situarse en una postura no confesional. Además está dinámicamente relacionada con la intención de dar un sentido concreto a la vida de los voluntarios.
El voluntariado es una repuesta ante la crisis de valores de la sociedad actual. Se ha ido conformando con tres características:
La espontaneidad: cuenta siempre con la libre determinación de las personas, y por ello no tiene un carácter vinculante con ninguna institución o con la Iglesia.
La finalidad de servicio: se ordena exclusivamente al servicio social, en puntos que se consideran especialmente urgentes.
La gratuidad: no se rige por relaciones contractuales o laborales.
Es muy importante el sentido político del voluntariado, ya que cuestiona a las instituciones en las tareas que es su responsabilidad realizar. Pero aún más trascendente es el efecto de la actividad social en la vida de las personas: lleva a una concepción de la vida como radicalmente dedicada al servicio. En este sentido es muy cercano a la pastoral vocacional de la Iglesia. Un modo de vivir que contrasta con la sociedad consumista, en la que los intereses de las personas se centran en el provecho de cada uno.
Por eso el voluntario, y en general los agentes de pastoral social, llegan a interpretar su vida desde la perspectiva del servicio. Así, entiende su profesión como ámbito muy concreto de servicio. Sus relaciones familiares y sociales quedarán a su vez, matizadas por la voluntad de servir a los demás y de integrarse en una sola comunidad en la que todos ocupan un lugar importante.